Eugenia CABRAL
Desde 1919, Juan Larrea adhiere a las concepciones vanguardistas sobre la creación poética. Se aleja sin más de Bilbao para instalarse en Madrid. Madrid, por medio de su amigo Gerardo Diego —que era de Santander y adherente al Ultraísmo—, lo conduce a relacionarse literariamente con Vicente Huidobro, el poeta chileno que inaugura el Creacionismo; Huidobro, con París y la redacción en francés de la poesía, a cargo de hispanohablantes. París lo vinculará con el resto de las vanguardias europeas y con Pablo Picasso, quien devendrá luego en el autor catalán de la gran obra inspirada por la tragedia del pueblo vasco: Guernica. Y con el gran peruano de la poesía: César Vallejo. Vanguardias de la poesía en castellano escrita en España y en América. Arte europeo de vanguardia y dolor por una aldea del País Vasco, martirizada por la aviación italiana y alemana para golpear el desarrollo del gobierno republicano español.
En 1929 Larrea parte hacia el Perú, donde ascenderá la antigua y colosal fortaleza de Macchu Pichu, recorrerá el Cuzco y Lima haciendo amistades perdurables y reunirá una valiosa colección de piezas arqueológicas incaicas. Colección que será exhibida primero en París y luego en España, donde permanecerá definitivamente y, por donación del propio Larrea en 1937, pasa a formar parte del Museo de América, en Madrid. Aquella estadía en Perú había, así, rebasado las circunstancias y actividades de un viaje de esparcimiento para constituirse en experiencia cultural. O transcultural.
Juan Larrea con su hija Lucienne.
Fotografía: Archivo de los hermanos More.
En 1939, expulsados por la avalancha fascista-hitlerista-franquista, algunos de los principales poetas y artistas españoles ponen rumbo a Méjico: Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Antonio Aparicio, Josep Carner, Ernestina de Champourcin, Rafael Dieste, Juan José Domenchina, León Felipe, Pedro Garfias, Jorge Guillén, Juan-Gil Albert, Francisco Giner de los Ríos, Juan Larrea, José Moreno Villa, Concha Méndez, Emilio Prados, Juan Rejano, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Arturo Paredes, Arturo Serrano Plaja, Adolfo Sánchez Vázquez... ¡toda una España peregrina!, tal como ha de titularse la revista que fundarán, adviene a la América central. “...nosotros, españoles del éxodo, la esperanza y el llanto”... los bautiza Rafael Alberti.1 Sus colegas han quedado en España encarcelados, o asesinados, u ocultos, sin tener la oportunidad de huir de las masacres.
Diez años permanece Larrea en Méjico, integrándose después en los Cuadernos americanos, dirigidos por el mexicano Silva-Herzog. Pero en 1949 emprende camino hacia el norte, a New York. Un modesto departamento cercano al Bronx acoge a su familia hispano-americano-francesa. Su ponencia sobre el Guernica de Picasso es leída en el Museo de Arte Moderno en inglés por un traductor y el texto originalmente se publica en esa lengua.
Siete años dura su residencia en New York. Además de escribir “Guernica”... investiga simbologías místicas del cristianismo. Pero todo parecía tener calidad de perecedero en la vida personal de Larrea. Un signo como de transitoriedad, un péndulo que marcara desde un comienzo a un término, con ritmo incesante. Sus medios económicos habían disminuido seriamente y el horizonte cotidiano se veía penumbroso. Recibe desde la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, una convocatoria para integrar el plantel docente, en proceso de renovación tras la caída del gobierno peronista. Uno puede imaginarse la mirada de Larrea paseando por el mapa continental. Desde New York había que transitar más de 8.000 km terrestres hacia el sur. Larrea se cartea con Víctor Massuh, decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, para demarcar el propio concepto acerca de cómo desea desempeñar su función en la Universidad. Por ejemplo, el 3 de febrero de 1956 le explica lo siguiente:
...“mi especialidad (...) se relaciona a mi entender muy íntimamente con
lo que constituye la esencia de la Universidad, es decir, con la conciencia
profunda de la cultura. (...) en el concepto de Universidad que se sustente
(...) Si con un criterio estatalmente burocrático se la comprende a ésta
como oficina de capacitaciones profesionales y académicas, según suele
ser frecuente en nuestro mundo, mis ideas y aun mi persona se han de
ver en ella como en morada ajena. Pero si en cambio la Universidad
no se limita a tales funciones, sino que aspira a convertirse en un
laboratorio creador donde se viva la conciencia de la cultura a lo que den sus
profundidades, como se ha pensado y se piensa en algunos sitios,
me parece que entonces sí pudiera yo desempeñar en ella un servicio
interesante. (...) Entiendo que la conciencia cultural del mundo vive hoy
una crisis de transformación tocante, por lo universal de su naturaleza, a
todas las caras y niveles de lo humano.”2
Aula Vallejo 2-3-4. Orrego, G.Poggi, Yurk., Ghiano, de pie M. Leguizamón. Participantes de las Jornadas internacionales sobre César Vallejo.
Fotografía: Revista Aula Vallejo
El trayecto New York-Argentina se efectúa en el barco Birgitte. A bordo lo acompaña su hija, Luciana, o Lucienne, como él la llama tomando el acento francés de Guite, su esposa, que se ha quedado en Estados Unidos con Juan Jaime, el hijo varón. La distancia geográfica señala el apartamiento afectivo que ha incidido en esa familia. A don Juan y su hija los receptan los fríos vientos sureros de agosto, habituales en la Córdoba de aquellos años previos al calentamiento global. Talante de agoreros tendrían esos vientos, habida cuenta de la muerte accidental de Lucienne y su esposo, Gilbert Joan Luy, en 1961. Habida cuenta del suicidio de su nieto, Vicente Luy Larrea, en 2012. Y, en especial, habida cuenta de la implacable soledad y aislamiento en que, pese a los buenos primeros tiempos en la Universidad de Córdoba, terminaron los días del poeta Juan Larrea en una de las (usaré el epíteto acuñado por Jorge Luis Borges) “crueles provincias” argentinas.
Versión celeste, su único volumen de poemas, se publicará en Italia en edición trilingüe, castellano-francés-italiano (1969), seguida de la publicación en España, en francés y castellano (1970). Otra gradación de exilios, traslados, desarraigos, traslaciones y éxodos en la biografía y la literatura de Juan Larrea. Mudanza de ciudades y países, mudanza de lenguas. Traslados geográficos y traslaciones idiomáticas. Él mismo analiza en Corona incaica una gran cantidad de términos quechuas empleados por los cronistas, para desentrañar el significado o, en ocasiones, el uso e importancia de los objetos arqueológicos de su colección. Hasta es posible que para describir estas mudanzas pudiéramos utilizar la palabra que prefiere el poeta peruano Maurizio Medo: “transtierros”.
El 9 de julio de 1980, coincidiendo con la mayor fiesta patria argentina, ocurre su fallecimiento en una clínica particular, rodeado de su nieto y los amigos de éste. En esa fecha se cierra para los días terrestres de Larrea su travesía entre el simbólico cabo de Finisterre y el estuario del Río de la Plata. Y se cierra un trayecto americano que va desde las alturas de Macchu Pichu a las sierras precámbricas de Córdoba. Pero los días celestes de Larrea comienzan a fulgurar cada vez con más presteza desde las páginas de sus libros.
Juan Larrea junto al escritor y traductor Carlos Culleré, de Córdoba, 1963.
Fotografía: Archivo de los hermanos More.
En Córdoba, una de las ciudades más castigadas de la Argentina por la represión en los años 70, su nombre y su obra literaria y académica ha ido emergiendo con lentitud, abriéndose paso entre los restos de una etapa cultural cuya recuperación documental es ardua, pese al amor que le dediquemos a hacerlo. La praxis de la memoria, tan arraigada en nuestro país con respecto a los ciudadanos desaparecidos y a los niños apropiados por captores durante el terrorismo de Estado, consiste en una arqueología que a veces, en lugar de buscar entre restos, tiene que adivinar en la nada. Bibliotecas incineradas, obras literarias sin editar destruidas, archivos desechados en insólitos lugares. No obstante, al menos ya una placa conmemora su nombre en el Pabellón Residencial de la Facultad de Filosofía y Humanidades, ya muchos jóvenes siquiera buscan sus poemas a partir de reconocerlo como el abuelo del poeta Vicente Luy (“por sus frutos los conoceréis”).
Los días celestes de Juan Larrea observan un traslado generacional e histórico, cruzando por tiempos en que las migraciones se dirigen hacia Europa desde el Oriente y el África, hacia Estados Unidos desde la América hispana. Es como si la paloma colombina se hubiera vuelto cóndor andino, ave del Paraíso, cigüeña. Trasponiendo fronteras, Más allá, Ailleurs, Altrove.
1 Alberti, Rafael, en “Palabras de Rafael Alberti”, Poetas libres de la España peregrina en América. Compilación de Becco, Horacio Jorge y Svanascini, Osvaldo. Buenos Aires, Editorial Ollantay, colección Raíz de sueño, Nº 1, 1947, página 7.
2Universidad Nacional de Córdoba (unc). Legajo académico de Juan Larrea.
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